Comentario
El "Arrozal de Yamato" (Dada Skushintai), es decir, el Servicio de Escuchas Radiofónicas de la Marina imperial japonesa -integrado por 600 especialistas de lenguas extranjeras, universitarios y expertos de todas clases-, comenzó a detectar, ya a fines de 1944, un volumen insólito de comunicaciones aliadas referentes o concentradas en torno al archipiélago de Ogasawara. Era por tanto un hecho que los norteamericanos comenzaban a interesarse por las Bonin y principalmente por Iwo Jima, la isla más vulnerable del conjunto puesto que, pese a poseer dos aeródromos, era muy pequeña y nunca podría contener una gran guarnición. La isla fue poco después objeto de 69 ataques aéreos de envergadura realizados por aviones embarcados o "Superfortalezas", e incluso los acorazados de la flota norteamericana de alta mar la bombardearon con su artillería en nueve ocasiones. Y todo ello bastante antes de que comenzase la preparación del gran asalto final.
A este interés de los norteamericanos por Iwo, los japoneses opusieron el nombramiento, como comandante de armas de la isla, del general Tadamichi Kuribayashi, alguien que, como dijo una alta personalidad militar japonesa, "había comprendido perfectamente el problema".
El problema militar de Iwo Jima, para los japoneses, era relativamente fácil, es decir, desesperado. La precariedad de la flota japonesa, empeñada en la lucha a muerte en otros teatros de guerra y que había sufrido, y estaba sufriendo a cada día que pasaba, un rudo desgaste, así como la ineficacia creciente de la aviación nipona, escasa, ya superada en número y calidad por los modelos norteamericanos, y que había soportado una sangría casi total tanto en material como en pilotos experimentados, reducían a cero las posibilidades de supervivencia de la guarnición de la isla en el caso de que se produjese un desembarco. Nadie les ayudaría.
Sin duda, por eso Kuribayashi escribió resignadamente a su esposa: "Yo voy a morir aquí...".
Pero Kuribayashi se dispuso a morir arrastrando en su destrucción a millares de enemigos y retrasando lo más posible el momento fatal en que los B-29 podrían, aligerados de carburante y por tanto más cargados todavía de bombas de fósforo, despegar del aeródromo de Tidori en sus vuelos de destrucción contra Japón. El Estado Mayor imperial puso a disposición del nuevo comandante de Iwo Jima, pese a la escasa extensión de la isla, fuerzas terrestres verdaderamente considerables: dos divisiones completas (la 109 mandada directamente por Kuribayashi, y la 2.ª Mixta), dos regimientos de infantería (los núms. 145 y 17), un regimiento de carros de asalto (el núm. 26, dotado de 23 carros), dos batallones de ametralladoras y 7.500 soldados de la Infantería de Marina, la que había conquistado el Pacífico para Japón. En total algo más de 21.000 hombres.
También su armamento pesado era excepcional. Kuribayashi dispuso de 120 cañones de calibres superiores al 75 (había en la isla unos 160 cañones en total), doce enormes morteros "Spigot" de 320 mm que lanzaba cargas de 300 kilos, 200 lanzacohetes cuyos proyectiles pesaban 125 kilogramos, casi un centenar de morteros de trinchera del 150. A esta importante variedad de bocas de fuego venían a añadirse los cañones de los 23 carros de combate, enterrados en la arena volcánica hasta las torretas.
Había un punto absolutamente negativo: la isla contaba solamente con dos meses y medio de provisiones, lo que quería decir que, si los norteamericanos desembarcaban, la guarnición, dando por descontado la destrucción inevitable de una buena parte de los depósitos o su ocupación por el adversario, apenas podría resistir, teóricamente, más de un mes. Después no tendría sino que esperar la muerte, que por cierto llegaría bastante rápidamente dada la superioridad norteamericana en hombres, técnica y material. Así, para Kuribayashi, la lucha sería a muerte, es decir, hasta su muerte y la de los suyos.